La verdad, ni siquiera sé por dónde empezar a hablar de mí.
Pero sí sé exactamente cómo responder a la pregunta: “¿Por qué amo lo que hago?”

En 2022 agarré una cámara por primera vez, y todavía recuerdo muy bien esa sensación. Después de que empezó la guerra en Ucrania, me sentía completamente destrozada y no tenía idea de qué hacer con mi vida. La fotografía me dio la oportunidad de, al menos por momentos, dejar de pensar en que había perdido mi hogar y la vida que conocía, una vida a la que nunca volví.

En 2023, cuando me mudé a Argentina y me convertí en mamá, entendí que la fotografía es mi verdadera vocación. Es lo que mejor sé hacer. Pero no alcanza con sacar fotos lindas: hay que amar a las personas y disfrutar de conectar con ellas. Solo así te confían, se sienten cómodas siendo ellas mismas y logran abrirse frente a la cámara.

Lo que ves en mis fotos es el reflejo de cómo me relaciono con la gente durante una sesión. Es el vínculo que creamos y la confianza que construimos juntos.
Cuando tenía 16 años, entré a un colegio de arte. Amaba dibujar y realmente creía que tenía talento. Pero mi abuela decía que ser artista no era una profesión, sino un pasatiempo. Así que, después de dos años, dejé la carrera y me metí en la universidad para estudiar traducción.

¿Me gustaba estudiar? ¡No! Yo soñaba con pintar.

Cuando me gradué, empecé a trabajar de mesera en un restaurante, después en un café italiano, y más tarde trabajé en los mejores bares de cócteles de Kiev. Ahí aprendí a entender a las personas, a encontrar un trato especial para cada una y a brindar el mejor servicio. Hoy, en mi trabajo como fotógrafa, sigo usando esas habilidades que adquirí hace años.

Y después llegó la guerra en Ucrania. Ahora hace dos años que vivo en Argentina y hago lo que amo. Al final, mi sueño de ser artista sí se hizo realidad.

La fotografía es algo sin lo que no me imagino. Transformo la vida y los momentos felices de las personas en arte, y me apasiona hacerlo.